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domingo, 3 de febrero de 2013

El peligro de escribir (I)

En plena sociedad de la información, donde el exceso brutal de ésta, puede dirigirnos al agotamiento intelectual, coexisten una serie de problemas o dificultades que tienen su raíz en las propias personas o individuos que informan.

La lectura no está de moda, no triunfan los clásicos, si no los refritos de épocas pasadas en los que el oscurantismo gobierna o las novelas de ficción, en donde son habituales las escenas o situaciones de carácter sexual marcado. Sí, lo sé; hay excepciones, pero no tambalean la idea expuesta.




Los niños, desde su nacimiento y durante su desarrollo, por norma general, gastan un tiempo precioso delante del televisor, algo que no conlleva esfuerzo de ningún tipo, y cuando acaban continúan con los videojuegos. El resultado es palpable, y no son necesarias las citas de autoridad o bibliográficas para demostrarlo: fracaso escolar absoluto, bajos niveles educativos, conductas, cuando menos, extrañas, y ¡OJO! nula capacidad de concentración sumada a una terrorífica expresión oral o escrita y una deficiente jerarquización de conceptos tras una lectura.

Cuando estos niños crecen, en el aspecto físico del verbo, se parapetan tras sus ordenadores, y hacen sus pinitos en las principales redes sociales, abren su propio blog, o chatean incesantemente, ya desde el teléfono, ya desde el ordenador o tableta. Pero no olvidamos que la posibilidad de escribir no es sinónimo de saber hacerlo, y menos aún, de saber transmitir, dando por hecho que el uso y fin de la escritura es la transmisión y comunicación del emisor al receptor o receptores.

Es por ello que escribir es peligroso, casi tanto o más que el hablar. Para todos. Para mí mismo lo está siendo, porque estoy a punto de transgredir uno de los pilares de este blog: la brevedad en las intervenciones.

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